jueves, 29 de marzo de 2018

Soldadito español, soldadito valiente

No sé si aquella primer Ministro de Defensa del reino de las Españas, q. e. p. d.,  que declaró una vez a la prensa sin rebozo ni sonrojo alguno por su parte «Soy una mujer pacifista», era consciente de la contradicción lógica que suponía decir esas palabras y regentar a la vez el Ministerio de  Defensa. Supongo que sí lo era, pero ella iba más lejos aún y afirmaba sin empacho: «…y el Ejército también es pacifista». 

 Napoleón como Marte pacificador, Antonio Canova (1810)

Quería convencernos la mujer con la mejor intención sin duda del mundo -y de las mejores intenciones está empedrado el infierno, como bien sabe don Pedro Botero-,  de que el Ejército era una piadosa y sacrificada hermanita de la caridad armada con dos pistolas al cinto para caso de apuro, cuya misión era defender –de ahí el nombre ominoso y apotropaico que oculta la verdad la convivencia de los pueblos en paz y armonía así como el escrupuloso respeto a los derechos humanos. Y lo decía muy seria, como si no fuera consciente del oximoro o estúpida agudeza que entrañaban sus palabras, convencida como sin duda estaba de que tenía que proclamar una cosa así por las exigencias del guión del cargo que ostentaba. 
 
El oximoro es, según los manuales de retórica clásica, una contradictio in terminis consistente en armonizar dos conceptos opuestos, como si dijéramos una tesis y una antítesis hegelianas, en una sola expresión formando así una síntesis o concepto nuevo fruto de la contradicción, cuyo significado se desprende no de su sentido literal, que sería absurdo (por ejemplo, «un dolor placentero»), sino del sentido metafórico o traslaticio creador de un nuevo concepto que trasciende los dos contrapuestos.


Un eximio oximoro es “La paz es la guerra”, que formuló Orwell en 1984. La idea no es extraña. Es la “pax Romana” o, más modernamente, “pax Americana”. Ya los romanos decían Si uis pacem para bellum, que significa "si quieres la paz, prepara la guerra". Y en ese sentido al dios de la guerra, al fiero y viejo Mavorte, al padre Marte, que da nombre al planeta rojo por el color de la sangre derramada en todas las batallas, y que era según la mitología padre, efectivamente, de Rómulo y Remo, fruto de la violación de la vestal Rea Silvia, su madre,  y por lo tanto de todos los romanos,  le aplicaban estos el controvertido epíteto de “pacifer”: MARS PACIFER: Marte portador de la paz, Marte pacificador, el pacifista Marte, igual de pacifista que Napoleón Bonaparte y que, mutatis mutandis,  nuestra Ministro de entonces y seguramente que la actual también.

Llamemos a las cosas por su nombre: el Ministerio de Defensa es el Ministerio de la Guerra, como bien se decía antaño, cuando las cosas se denominaban por su nombre y al pan se le decía "pan" y al vino "vino". Y la paz que supuestamente defiende ese Ministerio es, en palabras de la poeta Isabel Escudero, una "guerra disimulada": Tú crees que esto es la paz: esto es la guerra disimulá.  Viene aquí muy a cuento aquella vieja sabiduría presocrática de Heraclito de que la guerra es el padre de todo esto (y la madre, por lo tanto, que lo parió todo), que a unos los hizo esclavos y a otros libres, a unos dioses y a otros seres humanos.

Pues bien, un borrador que consta de 240 páginas y de diez unidades temáticas, elaborado por el Ministerio de Educación (y adoctrinamiento) y el de Defensa (o, mejor dicho,  de la Guerra) del Gobierno de España, y dirigido a las tiernas criaturas que padecen la educación primaria desde los 6 hasta los 12 años de edad a lo largo y ancho de seis cursos escolares consecutivos, lleva por título “Proyecto Conocimiento de la Seguridad y la Defensa en los centros educativos”, y pretende reforzar la imagen de las Fuerzas Armadas y de la monarquía españolas. 



Materiales curriculares para educación primaria.

La justificación del  despropósito pedagógico la encuentran sus promotores en nuestra sacrosanta Constitución, dado que uno de sus artículos, el número 30, prescribe el derecho y el deber de todo españolito y toda españolita de defender a España, por si a alguien le había pasado desapercibido. El Gobierno de España, cuyo jefe de Estado es el Rey y, a la sazón, Jefe de las Fuerzas Armadas, quiere llevar estos materiales curriculares a todos los colegios de primaria públicos y privados asociándolos a las diversas áreas y asignaturas, ejes transversales de inculcación de valores así como a las actividades extraescolares.
 
Cualquier día volverán nuestros hijos del colegio a casa cantando aquello de “soldadito español, soldadito valiente”, y diciendo rebosantes de ardor guerrero que quieren inmolarse y aun crucificarse como Jesucristo en aras de la patria, reviviendo el ominoso verso horaciano dulce et decorum est pro patria mori, y canturreando: Por ti, Patria, por ti sola mi vida a los mares di, por ti al peligro ofrecí mis obras y pensamientos ¡en la Rosa de los Vientos me crucifico por ti!  Y cuando les preguntemos qué han aprendido ese día en la escuela nos contarán que han estado jugando en el patio del colegio a la guerra con armamento ligero... "-¿Con qué?" Preguntaremos incrédulos y horrorizados nosotros. Y nos responderán orgullosos: -Con pistolas, papá, con pistolas, que no te enteras. Parece mentira que no sepas qué es armamento pesado y armamento ligero...Y a nosotros nos dará un pasmo y nos preguntaremos, horrorizados e incrédulos, ¿cómo es posible que se les enseñe eso ahora en la escuela a estas tiernas criaturitas?

Los responsables de semejante desaguisado pedagógico justifican la inclusión de contenidos militaristas y belicistas en la educación de los niños desde su más tierna infancia en el nombre, faltaría más, de la defensa de la paz a tiro limpio, si hace falta, en todos los rincones del mundo donde actúan nuestras Fuerzas Armadas. 

 
El Gobierno de España también contempla que los profesores, cómo no, reciban formación que mejore sus conocimientos relacionados con la paz, la seguridad y la defensa de España, acreditándose a tal fin (un crédito se traduce en 10 horas de adoctrinamiento y de deformación profesional). 

Ya habíamos asistido algunos de nosotros perplejos e impotentes hace algunos años a la presencia eventual de algunos militares en algunos de nuestros centros educativos de secundaria. Recibíamos de cuando en cuando la visita de algún mílite glorioso, organizada generalmente por el Departamento de Orientación, que venía a informar,  y eventualmente a reclutar,  a nuestros alumnos y alumnas de las bondades que ofrecía el Ejército de cara a la incorporación al mercado laboral, ofreciéndoles una salida pro-fe-sio-nal, insistían mucho en este palabro, y una vida de emocionante servicio a los demás  y de aventura...

Materiales curriculares para educación primaria

La apuesta por una cultura de paz en la educación pasa, contra lo que pretenden estos materiales, por denunciar esta lógica militar que nos quieren ahora inculcar, pasa también por llamar a las cosas por su nombre (por ejemplo "invasión" y no "asistencia", sarcástico y sangriento eufemismo, como hacen insidiosamente en el temario del anteproyecto a la invasión de Iraq que perpetraron, entre otras, las tropas españolas),  y pasa también por proclamar que si civil se contrapone a militar, civilizado es lo contrario de militarizado, desmontando así los supuestos valores de la llamada “Cultura de la Defensa”.

martes, 27 de marzo de 2018

Byung-Chul Han y el infierno de lo igual

Sobre soporte fotográfico de imágenes tomadas de la Red aquí y allá,  algunas de las reflexiones de Byung-Chul Han, sacadas fuera del contexto del artículo de David Morán publicado en ABC Cultural el 20 de marzo de 2018 con motivo de la conferencia pronunciada en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona para presentar su último libro en España La expulsión de lo distinto, publicado por Herder,  que reseñamos aquí. 


Las nuevas tecnologías y las cada vez más tupidas redes sociales han fomentado estas nuevas formas de comunicación que por activa utilizamos hoy y que por pasiva nos utilizan a nosotros originando nuestra incomunicación y aislamiento.







Antes de que Facebook se convirtiese en el centro de todas las miradas y que algunos usuarios empezasen a plantearse seriamente la conveniencia de eliminar sus cuentas y desconectarse, Byung-Chul Han ya había advertido de que, en realidad, somos poco más que un puñado de datos fluyendo sin control por el ciberespacio, el producto final que se trocea, se comparte y, finalmente, se vende al mejor postor, o,  dicho de otro modo, nuestra sumisión a la avalancha de macrodatos que nos envuelve. 



viernes, 23 de marzo de 2018

Feliz quien como Ulises...

Heureux qui, comme Ulysse... Así comienza uno de los sonetos más famosos de la literatura francesa, debido a la pluma de Joachim du Bellay, el númro 31 de Les Regrets, que contiene dos alusiones clásicas a Ulises y a Jasón el argonauta, prototipos del viajero universal. Su autor, en pleno siglo XVI, se adelantó de alguna manera al romanticismo y favoreció el spleen de Baudelaire con su melancolía y su nostalgia trescientos años antes de que el poeta maldito nos regalara sus impagables Flores del Mal.

Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage,
Ou comme cestuy-là qui conquit la toison,
Et puis est retourné, plein d'usage et raison,
Vivre entre ses parents le reste de son âge !

Quand reverrai-je, hélas, de mon petit village
Fumer la cheminée, et en quelle saison
Reverrai-je le clos de ma pauvre maison,
Qui m'est une province, et beaucoup davantage ?

Plus me plaît le séjour qu'ont bâti mes aïeux,
Que des palais Romains le front audacieux,
Plus que le marbre dur me plaît l'ardoise fine :

Plus mon Loire gaulois, que le Tibre latin,
Plus mon petit Liré, que le mont Palatin,
Et plus que l'air marin la douceur angevine.



El cantante francés Ridan ha puesto música al soneto de Du Bellay, al que ha añadido algunas estrofas de su cosecha sobre la aventura de las sirenas de Ulises. Así suena. Espero que os guste el vídeo, que tanto musical como visualmente resulta muy atractivo.


Y he aquí la versión que hace todo un clásico de la chanson francesa, el maestro,  Georges Brassens, chapeau!, que convierte el poema en un canto a la libertad y a su Provenza y su Camargue natales.


Y he aquí la traducción que me atrevo a dar de dicho soneto, en alejandrinos y con rima consonante: ABBA ABBA CCD EED, respetando el ritmo yámbico del original:

Feliz quien,  como Ulises,  tras larga travesía,
o como el otro aquel que conquistó el vellón (1),
ha regresado luego, con mundo y reflexión,
a casa de sus padres hasta su último día.

¿Cuándo volveré a ver, ay, de la aldea mía
ahumar la chimenea, y, cuándo, a la sazón,
veré otra vez el huerto de mi humilde mansión,
que es para mí mi reino, y es aun más todavía?

Me gusta más el techo que alzaron mis abuelos
que el frente de un palacio romano de altos vuelos,
y más que el mármol duro la pizarrilla fina.

Amo mi Loira galo más que el Tíber latino,
más mi Liré(2) modesto, que el monte Palatino,
más que brisa del mar la dulzura angevina (3).


NOTA BENE: 
1) Alusión al argonauta Jasón que con la ayuda de Medea conquistó el toisón, vellón o vellocino de oro.
2) Nombre de la localidad natal de du Bellay, una pequeña población del departamento de Maine-et-Loire, en la región de Pays de la Loire en Francia.
3) angevina: gentilicio de la localidad francesa de Angers, la antigua capital de Anjou, en el mismo departamento y región que Liré. La  "douceur angevine", que traducimos literalmente como "dulzura angevina", es una expresión nostálgica y melancólica relativa a la vida del campo y a la patria chica que añora el poeta cuando se hallaba en Roma en misión diplomática. Estamos, en realidad, ante el tema literario horaciano del Beatus ille.   La susodicha expresión  recoge un tópico relativo a Francia que ya aparecía en La Chanson de Roland: la douce France, la dulce Francia, que él sustituye por la dulce Angers.  

martes, 20 de marzo de 2018

Hoy es el primer día del resto de tu vida.

Para algunos “hoy es el primer día del resto de tu vida” es un eslogan de los años sesenta que repiten machaconamente muchos profesionales de psicagogía barata, predicadores del pensamiento positivo, apóstoles del optimismo a ultranza y escritores varios de manuales de autoayuda como si se tratara de un mantra sacrosanto. Su origen suele atribuírsele a Charles Dederich (1914-1997), fundador de una organización de rehabilitación de toxicómanos. Otros le asignan la patente a Abbie Hoffman (1936-1989), un activista de la época hippie/yippie. No se conoce a ciencia cierta quién es el autor de esa frase tan popular y tan repetida en casi todas las lenguas: Today is the first day of the rest of your life. Aujourd'hui c'est le premier jour du reste de ta vie. Heute ist der erste Tag vom Rest deines Lebens...



Muy frecuentemente se cita en canciones, películas y repertorios varios de frases famosas, por lo que puede afirmarse que pertenece ya al acervo cultural popular, que es de todos y no es de nadie en particular.

Leyendo algunos epigramas de Páladas de Alejandría de la Antología Griega, sin embargo, me encontré con este, que es el número 79 del libro X, cuyo cuarto verso “comenzando hoy el resto de nuestra vida” (τοῦ λοιποῦ δὲ βίου σήμερον ἀρχόμενοι) me recordó a esta frase enseguida, hasta el punto de poder asegurar que es la formulación más antigua que yo conozco de este pensamiento. El epigrama, compuesto de tres dísticos de hexámetro y pentámetro dactílicos,  dice así en versión original:
νυκτὸς ἀπερχομένης γεννώμεθα ἦμαρ ἐπ' ἦμαρ
τοῦ προτέρου βιότου μηδὲν ἔχοντες ἔτι,
ἀλλοτριωθέντες τῆς ἐχθεσινῆς διαγωγῆς,
τοῦ λοιποῦ δὲ βίου σήμερον ἀρχόμενοι.
μὴ τοίνυν λέγε σαυτὸν ἐτῶν, πρεσβῦτα, περισσῶν·
τῶν γὰρ ἀπελθόντων σήμερον οὐ μετέχεις.


Día tras día, al irse la noche, nosotros nacemos
sin conservar ningún     resto de vida anterior,

extrañados de que haya el día de ayer sucedido,
y comenzando hoy      nuestro restante vivir.

No digas, viejo, entonces, tus años que son demasiados,
ya que no formas hoy     parte de edad que pasó.

Asimismo, el aforismo de Leonardo da Vinci que Rafael Sánchez Ferlosio colocó al principio de su novela El Jarama, recuerda el espíritu de esta frase: L'acqua che tocchi de' fiumi è l'ultima di quella che andò e la prima di quella che viene. Cosí il tempo presente. Lo que quiere decir: El agua que tocamos en los ríos es la postrera de las que se fueron y la primera de las que vendrán; así el día presente.


Leonardo ve que en el momento presente, hoy, ahora mismo, coinciden y se anulan los contrarios,  el pasado y el futuro, el ayer y el mañana, como en la corriente de un río cuando metemos la mano en el agua. Aquí y ahora es donde confluyen lo último y lo primero, el final y el principio, por lo que todo fin es un comienzo y todo principio un final.

martes, 13 de marzo de 2018

SVA CVIQVE PERSONA

A poco sensible que sea uno, le puede pasar a cualquiera en Florencia lo que le sucedió a Stendhal, el novelista francés, cuando visitó la capital de la Toscana, que, entusiasmado ante la belleza de las iglesias y los palacios,  sufrió un arrechucho y se desmayó. No pudo asimilar una experiencia estética tan intensa, fenómeno que ha dado en llamarse el  “síndrome de Stendhal”.

Y es que no es poco el patrimonio cultural que atesora la ciudad del divino Dante y del no menos grande Boccaccio, la ciudad del infinito Miguel Ángel, y del genio de Botticelli, la ciudad del Renacimiento, del rojizo Arno y del Duomo y la cúpula de Bruneleschi, la ciudad del mecenazgo de los Medici y de los artistas, la ciudad que seguramente atesora más obras de arte por metro cuadrado de todo el mundo.



En la Galería de los Uffizi de Florencia puede contemplarse este retrato de mujer anónima atribuido a Ghirlandaio, y que puede pasarnos completamente desapercibido entre tantas obras maestras de la pintura universal si no fuera acaso por un detalle que llama la atención y que va a darnos mucho de lo que hablar. El retrato data de 1510 aproximadamente,  y se había supuesto hasta hace poco que era de Rafael.   Es un rostro de mujer triste, enigmático, de una gran delicadeza. Hay quienes dicen que se trata de una monja y quienes simplemente ven a una dama un tanto melancólica con velo que sostiene un libro entreabierto. 

                                                                                     
                                                                                                                              


Lo más curioso es que el retrato tiene una cubierta diseñada para deslizarse sobre la imagen de la enigmática dama y ocultar su rostro. Esta cubierta es otro óleo.  Se trata de una pequeña tabla (73 x 50,5 cm), con un hermoso motivo de grutescos en camafeo –en la parte superior un flamero en medio de dos amables delfines, una pequeña cabeza de zorra, y en la parte inferior dos dragones o serpientes con cabeza de león que apoyan una pata en dos pequeñas máscaras situadas en los ángulos inferiores –y en el centro una leyenda debajo de la cual se halla una máscara con una ligera carnación, labios apretados y las cuencas de los ojos vacías. 

La diminuta cabeza de zorra que asoma debajo del flamero en forma de copa donde arde una llama puede hacer referencia a una famosa y brevísima fábula de Fedro y de Esopo: la zorra y la máscara trágica: una zorra  encontró por casualidad una máscara de un actor de tragedia y exclamó: “¡Qué bonita  es, pero qué lástima que no tenga seso!”. La astuta raposa no se dejó engañar por las apariencias, aunque reconoció su belleza. Y es que ya lo dice el refrán: no hay que fiarse de las apariencias, pero lo cierto es que la realidad está tejida  de ellas.  Quizá no haya que fiarse mucho de la realidad tampoco.

Sobre la máscara una inscripción en letras mayúsculas reza lapidariamente en latín, lengua lapidaria por excelencia:  SVA CVIQVE PERSONA:  a cada cual (le corresponde) su máscara, es decir, cada uno tiene su propia máscara. La frase es de Séneca, concretamente de su tratado Sobre los beneficios, de un pasaje del libro II, capítulo 17, que reproduzco más abajo en paráfrasis y versión original.

Era costumbre cubrir los retratos con una carpeta para protegerlos, o con una tabla pintada y con una leyenda, como esta que nos ocupa, cuya función era parecida a la de los reversos de algunos retratos de los siglos XV y XVI, en los que detrás del retrato de un hombre o una mujer jóvenes, por ejemplo, se podía encontrar la leyenda: MEMENTO MORI (recuerda que eres mortal), un fúnebre recordatorio como contraste de la belleza insolente de la juventud. Pero la tabla que nos ocupa, con una máscara teatral y carnavalesca como motivo central, es una cubierta delantera que hace que antes que veamos el retrato nos enfrentemos a ella.
 
Cada cual tiene su propia máscara. Nótese que la palabra "persona" es en latín un falso amigo: no significa persona, que se diría "homo", sino máscara de teatro. La palabra persona ha tenido tanta resonancia entre nosotros que hoy todo está personalizado y tiene que ser personal, dado nuestro individualismo.  Se discute mucho su etimología. Se ha pensado que está relacionada con "personare", es decir, con "resonar", dado que la máscara teatral tenía la doble función de caracterizar al personaje como trágico o cómico, hombre o mujer, joven o viejo, y al mismo tiempo de actuar como caja de resonancia para la voz. Pero esta ingeniosa etimología es una etimología falsa de origen popular, porque la palabra parece que no es latina, sino de procedencia etrusca: phersu, y esta a su vez derivaría del griego "prósopon", nombre de la cara y de la máscara que la caracteriza, nombre de la faz y del antifaz. Del "prósopon" griego procede nuestra prosopopeya o personificación.




El caso es que de ahí, de una palabra que significaba "máscara" en principio vienen nuestras personas, nuestros personajes, y  hasta nuestra propia personalidad. No olvidemos que la cara es el espejo del alma, según el refrán popular. Y que la cara es la manifestación primordial de la persona,  pero "persona", según la sugerencia etimológica, es la máscara teatral cómica o trágica,  o, ni lo uno ni lo otro en estado puro, sino dramática mezcolanza generalmente, porque la vida es la farsa que todos llevamos a cabo, como dijo Rimbaud, el poeta adolescente. De alguna manera, todos somos unos hipócritas en el sentido etimológico de la palabra: La palabra “hipócrita”, en efecto,  significa en griego “actor”: está compuesta del prefijo hipo- , que significa “por debajo”, y del sustantivo tan de moda “crisis”, que quiere decir “juicio, acción de juzgar, discusión, explicación”. De manera que el que juzga, discute o critica “por debajo” es el actor, el que representa un papel en el teatro, el que se esconde detrás de la máscara: todos nosotros. De ahí el significado moderno de hipócrita e hipocresía.

Si toda persona tiene su propia máscara, ninguno de nosotros muestra su alma al desnudo. Toda identidad es, por lo tanto, una falsa identidad, real pero falsa. No hay que fiarse de las apariencias. No hay que fiarse de la realidad. Nadie duda que la realidad sea real, como su nombre indica, pero quizá sea mucho suponer que por ser real sea verdadera y no falsa.

Sua cuique persona. Un filósofo cínico (1) le pidió una vez al rey Antígono la limosna de un talento (2).  Éste respondió “es mucho más dinero de lo que alguien como tú debería pedirme”.  Tras esta negativa,  el mendigo volvió a intentarlo pidiéndole esta vez sólo un denario (3).  Antígono le respondió:   “es menos de lo que alguien como yo, todo un rey, convendría que te diera”.  Una agudeza tan sofisticada y sutil de este tipo es muy poco honesta.  Pues el monarca encontró el modo de no darle ni lo uno ni lo otro que le pedía;  para no darle un mísero denario se escudó en su condición de rey, para no darle un excesivo talento en la de filósofo cínico del mendigo, cuando podría haberle dado un denario como se le da a un mendigo cualquiera, o  en su calidad de rey magnánimo y generoso un talento. Aunque es algo más que lo que un cínico puede recibir, nada es tan poco que la generosidad de un rey no pueda atribuirlo honestamente.    Si me preguntas mi opinión, lo apruebo: es algo intolerable pedir limosna, y despreciar el dinero. Si has proclamado tu odio al dinero:  lo has profesado; tú te has puesto esta máscara y desempeñas ese papel; tienes que llevarla consecuentemente. Es algo que está fuera de lugar procurarse dinero so pretexto de pobreza. Así pues cada cual debe considerar su propia máscara no menos importante que la de aquel al que piensa socorrer. 

(1) Los cínicos eran los seguidores de Diógenes, llamado el Perro. Cínico significa "perruno, canino" en griego. Los cínicos eran los anarquistas y nihilistas de la antigüedad. Despreciaban todas las convenciones sociales, que rechazaban, incluído el dinero. 
(2) Un talento: Equivalía a 21000 gramos de plata. Dado que el denario equivalía a 4 gramos, se podía decir que un talento equivalía a más de cinco mil denarios. Una cantidad excesiva a todas luces.  El cambio de significado de esta palabra griega se debe a la parábola evangélica de los talentos, que da a entender que el hijo que tiene "talento" no es aquel que derrocha el dinero alegremente, sino el que lo capitaliza y rentabiliza como buen capitalista y lo invierte para generar más riqueza.
(3) Un denario:   Equivalía a 4 gramos de plata. Del nombre de esta moneda procede nuestro "dinero" y los "dinares" del mundo árabe.

He aquí el texto original del insigne filósofo cordobés: Ab Antigono cynicus petiit talentum. Respondit "plus esse, quam quod cynicus petere deberet". Repulsus petit denarium. Respondit "minus esse, quam quod regem deceret dare". Turpissima est eiusmodi cauillatio. Inuenit quomodo neutrum daret; in denario regem, in talento cynicum respexit: quum posset et denarium tanquam cynico dare, et talentum tanquam rex. Ut sit aliquid maius, quam quod cynicus accipiat, nihil tam exiguum est, quod non honeste regis humanitas tribuat. Si me interrogas, probo: est enim intolerabilis res, poscere nummos, et contemnere. Indixisti pecuniae odium; hoc professus es; hanc personam induisti: agenda est. Iniquissimum est, te pecuniam sub gloria egestatis acquirere. Adspicienda ergo non minus sua cuique persona est, quam eius, de quo iuuando quis cogitat. (Séneca, De beneficiis, II, 17).

viernes, 9 de marzo de 2018

Fulgurante ascensión al trono y descenso a los infiernos del probo emperador Probo


Hombre ilustre por su gloria militar (uir inlustris gloria militari, a decir de Eutropio en su Breviario de la historia de Roma, libro IX, 17), Marco Aurelio Probo accedió como emperador al gobierno del Estado (ad aministrationem rei publicae accessit) proclamado clamorosamente por sus tropas en el año 276 hasta su asesinato pocos años después en 282 a manos de sus propios soldados. Eutropio nos da de él una información aparentemente contradictoria: Este, después de haber llevado a cabo innumerables guerras, dijo una vez lograda la paz que en poco tiempo los soldados no serían necesarios (hic cum bella innumera gessisset, pace parata dixit breui milites necessarios non futuros).

Si consultamos la Historia Augusta para recabar algún dato más, hallamos un auténtico panegírico: el amor de los soldados hacia este probo emperador fue siempre enorme (amor militum erga Probum ingens semper fuit). Leemos también que, como confesó en una carta a Capitón,  prefecto o comandante de la Guardia Pretoriana, nunca deseó el imperio,  y que lo aceptó muy a su pesar (imperium numquam optaui et inuitus accepi), y, acto seguido, que no puede, sin embargo, desembarazarse de una carga tan onerosa y aborrecida: deponere mihi rem inuidiosissimam non licet.


 

Cuando estaba preparando la campaña contra los persas, lo mataron a traición sus propios fieles en la Iliria, antigua Yugoslavia (a militibus suis per insidias interemptus est). Sobre las causas de su asesinato nos dice el autor de la Historia Augusta que nunca soportó ver a un soldado ocioso y que solía decirles que tenían que ganarse su sustento haciendo siempre algo, por lo que en tiempos de paz, y para evitar revueltas, empleaba al ejército en trabajos útiles a la comunidad, como plantar viñedos o realizar obras públicas, lo que le granjeó bastante animadversión entre la clase de tropa.  Asimismo parece que a la soldadesca no le gustó nada su sentencia de que si hacía a la república -así se llamaba todavía al Imperio para disimular su esencia-  tan feliz como esperaba,  muy pronto no serían de ninguna utilidad ni necesarios los soldados (breui milites necessarios non futuros).

Se pregunta el biógrafo de Probo por el sentido de estas palabras en el ánimo del emperador que había sometido a las naciones bárbaras y que había hecho a los romanos señores de todo el mundo entonces conocido: ya no habrá ejército romano (Romanus iam miles erit nullus). Y añade: El mundo entero no fabricará armas (orbis terrarum non arma fabricabitur), no suministrará provisión de víveres a las tropas (non annonam praebebit), porque ya no habrá tropas a las que mantener; los bueyes, reservados para la agricultura, solo acarrearán la reja del arado para la labranza (boues habebuntur aratro),  y la imagen más bella de todas, el caballo nacerá para la paz (equus nascetur ad pacem) y no para ser montura de un soldado, por lo que no conocerá los combates, desapareciendo la orden de caballería de la faz de la tierra, no habrá ninguna guerra más (nulla erunt bella), no habrá tampoco prisioneros ni cautiverio (nulla captiuitas), lo que supondría no sólo la desaparición de todas las mazmorras, sino también de la propia esclavitud, ya que los esclavos eran en origen prisioneros de guerra adquiridos sub hasta; por todas partes reinará la paz (ubique pax), y por todas partes la ley de Roma y su justicia.


 
Probo es asesinado por sus propias tropas: amores que matan.

Se pregunta el biógrafo del emperador (con un periodo hipotético irreal de pasado): ¿Qué felicidad no hubiese resplandecido, si bajo aquel príncipe no hubiera habido soldados? (quae deinde felicitas emicuisset, si sub illo principe milites non fuissent?) Y la respuesta no podía ser otra que la felicidad de la Edad o Siglo de Oro  (aureum profecto saeculum promittebat), tal como la habían cantado los poetas, como por ejemplo Ovidio.



Ya no se verían más campamentos militares ni cuarteles, no se escucharía el clarín, esa trompeta que llama a todas las batallas,  en ningún lugar del mundo ni en ningún momento, ni se fabricarían armas (nulla futura erant castra, nusquam lituus audiendus, arma non erant fabricanda). Ese pueblo de combatientes, hijos del sangriento dios Marte, que ahora perturbaba la República con guerras civiles, cultivaría la tierra, se dedicaría a sus aficiones, se consagraría a las artes, navegaría. Y añade en fin que nadie perecería en combate (populus iste militantium, qui nunc bellis ciuilibus rem publicam uexat, araret, studiis incumberet, erudiretur artibus, nauigaret. adde quod nullus occideretur in bello).

En este punto, el biógrafo interpela a los dioses: ¿Tanto, oh dioses del cielo, os ofendió la República romana que le arrebatasteis a tal príncipe? di boni, quid tantum uos offendit Romana res publica, cui talem principem sustulistis?

Los mismos soldados que le habían profesado tanto amor -¡hay amores que matan!-, descontentos con las exigencias del emperador y con sus proclamas sobre la no necesidad de los ejércitos, lo asesinaron y, arrepentidos, grabaron después esta inscripción en una lápida de mármol: Aquí yace el emperador Probo, verdaderamente digno de su nombre (dado que probo es sinónimo de bueno, como ímprobo lo es de malo), vencedor de todas las naciones bárbaras y vencedor también de los tiranos. HIC PROBVS IMPERATOR ET VERE PROBVS SITVS EST, VICTOR OMNIVM GENTIVM BARBARARVM, VICTOR ETIAM TYRANNORVM.

miércoles, 7 de marzo de 2018

Pégaso, el caballo alado

Pégaso, el más famoso de los caballos alados,  es una criatura legendaria de la mitología clásica griega,  que, según la leyenda dorada, era fruto del ayuntamiento de la gorgona Medusa y Posidón, o Neptuno, si se prefiere el  nombre latino del dios acuático, que se celebró en el templo de la virgen Atenea. Ésta,  furibunda por el ultraje de la profanación, convirtió a Medusa en un monstruo cuya mirada petrificaba, es decir, dejaba literalmente a los hombres de piedra. Según una variante de esta versión,  Medusa habría ofendido también a Atenea por haberse atrevido a comparar la belleza de su larga  cabellera con la de la diosa, por lo que fue castigada convirtiéndose sus cabellos en serpientes. El nacimiento del caballo alado se habría producido, a raíz de la sangre de Medusa cuando Perseo, que sólo pudo mirarla a través del reflejo de su escudo, le cercenó la cabeza de un tajo.

 Pégaso,  Odilon Redon (1900)

El héroe que montará al caballo alado no será Hércules, como quiso la factoría cinematográfica Disney en su versión  descafeinada, edulcorada y "apta para todos los públicos" de dibujos animados de la leyenda del más famoso de los héroes griegos, al que convirtió en lo que nunca fue, un caballero del caballo alado. 

Ya Walt Disney nos había obsequiado en Fantasía (1940) con una escena entrañable  de pégasos. Notad que escribo "pégasos" como si fuera un nombre común, con inicial minúscula, porque aquí no utilizamos la palabra como un nombre propio de un ser singular y único, sino como un nombre común a una especie de imaginarios caballos alados: un pégaso negro, se supone que el macho, sobrevuela el cielo seguido de los que seguramente son sus hijos, dos  potrillos rosados, dos azulados y uno marrón, mientras que otro pégaso blanco -que es claramente la hembra y madre- empolla en el nido bajo sus maternales alas a otro potrillo recién nacido que será negro como su padre, y que pronto aprenderá a volar... 

Tampoco será Perseo, que vuela, sí, pero gracias a las sandalias aladas que le proporcionan las ninfas, el caballero y jinete de Pégaso; sino Belerofonte, que a lomos del caballo alado derrotó a un monstruo terrible e imposible, llamado la Quimera, clavándole una flecha. 

En la siguiente ilustración de una cerámica griega antigua, vemos, precisamente, la figura central del heroico caballero Belerofonte hiriendo a la Quimera (notad el carácter híbrido del monstruo: cabeza y cuerpo de león, cola que es una serpiente y una segunda cabeza de cabra ignívoma -es decir, que vomita fuego- que sale de su lomo), y a la derecha vemos la figura inequívoca de Pégaso, el caballo alado, alzado sobre sus patas traseras y embistiendo al monstruo con las delanteras. 


Encontramos el mismo motivo, donde Belerofonte monta a Pégaso, al que había previamente domado,  en el medallón central restaurado de un mosaico romano de más de cien metros cuadrados descubierto en 1830 en Autun, Saône-et-Loire, Francia. 


Esta Quimera, como observa Borges en "El libro de los seres imaginarios", era "demasiado heterogénea" como para ser verdad: un león, una cabra y una serpiente o dragón se resisten en nuestra imaginación a formar un único animal. Por eso con el paso del tiempo este monstruo legendario, la Quimera, se ha visto reducido a lo quimérico, lo imposible, lo incoherente, o, como dice el diccionario, "aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo". Sería así la Quimera una idea falsa o una imagen falsa, que se contrapondría a otras imaginaciones o ideas más verdaderas o, al menos, verosímiles.


Sin embargo, Belerofonte no es un héroe popular hoy en día, aunque su iconografía haya dado pie a la de San Jorge -trasunto cristiano del héroe griego- matando al dragón, que sería el equivalente de la Quimera. Ello se debe a que este héroe tiene, a pesar de la heroica hazaña de librarnos de un monstruo, un final fallido. Se enorgulleció tanto de su gesta que quiso ascender cabalgando a Pégaso al Olimpo. Zeus se irritó de tal manera con las pretensiones de Belerofonte que envió un tábano que picó al caballo e hizo que este precipitara a su jinete: Belerofonte vio así frustrado su deseo de alcanzar la inmortalidad. Quizá sea esta - su muerte- la razón de que no haya sobrevivido ni llegado vivo a nosotros en el siglo XXI.   

Para nosotros, sin embargo, el caballo  está asociado desde su nacimiento al héroe Perseo. Por eso, desde el Renacimiento, en los siglos XVI y XVII, suele a veces pintarse al héroe montando al caballo alado, o desmontando del mismo. Suele así figurarse Perseo como un antepasado del caballero medieval que salva a la doncella (Andrómeda en su caso) de las garras y las fauces del peligroso dragón. Así pintó John Singer Sanger en 1925 a Perseo, Pégaso, surgiendo de la sangre de Medusa, y a la diosa Atenea recibiendo la cabeza de Medusa de manos del héroe, que la diosa guerrera llevará siempre en su escudo o en su pecho.


Pero Pégaso guarda una relación muy especial con el agua y las fuentes. No en vano es hijo del dios del mar, y no en vano se creía que su nombre derivaba de "pegué", palabra griega que significa "fuente, manantial, venero". Se cuenta que el monte Helicón o Helicoidal (su nombre viene de la misma palabra que "hélice", que quiere decir espiral o zigzag), cuando oía el canto divino de las Musas, se hinchaba como un globo y, complacido, se agrandaba tanto que llegaba a ser una amenaza para los dioses del Olimpo.

 Pégaso, por orden de Posidón, el dios marino de las aguas que  era, además, su padre, lo golpeó con el casco de su pezuña, y de una coz fulminante logró frenar la hinchazón del monte embarazado y desinflarlo así. Allí mismo, donde Pégaso dio la coz, brotó una fuente, llamada Hipocrene, la Fuente del Caballo o Caballina, que todavía existe hoy en Beocia, un manantial de agua helada de montaña, de donde se creía que brotaba la inspiración artística. De hecho el monte Helicón  está consagrado a Apolo y a las Musas, y está cerca del monte Parnaso, donde se halla el bosque sagrado de las divinidades que inspiran a los poetas y músicos. 

En el siguiente lienzo de Andrea Mantegna de 1497 titulado "Parnaso", pueden verse las figuras centrales de la diosa del Amor Venus/Afrodita, completamente desnuda, y del dios de la guerra Marte, armado con una lanza y casco guerrero, a cuyos pies se encuentra Cupido/Eros, y, a la izquierda, en una gruta, el que parece ser Vulcano/Hefesto, el marido burlado de la diosa;  debajo de las figuras centrales que representan la guerra y el amor, las nueve Musas bailando en corro al son de la lira que tañe Apolo, el dios de las artes musicales y de la poesía sobremanera. A la derecha se distingue el caballo Pégaso con el dios Mercurio/Hermes. A los pies de Pégaso parece que brota la fuente Hipocrene.




En este otro cuadro de Joos de Momper vemos el mismo motivo en un paisaje menos luminoso y más romántico. Las Musas en esta ocasión reciben la visita de la diosa Minerva/Atenea, que lleva en su escudo la cabeza de Medusa que le ofreció Perseo después de cortársela y nacer de su sangre la alada montura. A  la derecha vemos la silueta inconfundible de un Pégaso alado y blanco, y a sus pies la fuente Hipocrene, la Fontana del Caballo.


 

El caballo del dios nórdico Balder también hizo manar una fuente de una coz contra el suelo. Estos mitos ponen de relieve el estrecho parentesco entre el caballo y el agua, y por otro evidencian el poder fecundador del animal. En otras mitologías, como la hindú, también encontramos caballos alados, por ejemplo el caballo de Dadhikra, símbolo del sol y veloz como un águila.

 
Finalmente, Pégaso, como decíamos más arriba, fue catasterizado, esto es, logró llegar en su vuelo al cielo, lo que no consiguió su desgraciado y ensoberbecido jinete Belerofonte, fue ascendido a las estrellas y puesto entre ellas, convertido así en una constelación junto a Perseo y Andrómeda.

Hay que decir que como heredero del Pégaso clásico surge en las leyendas medievales un ser similar, al que se llama Hipogrifo: una mezcla de grifo y de caballo, teniendo en cuenta que el grifo era ya un ser híbrido de águila con cuerpo de león, el hipogrifo sería un híbrido de segunda generación, por así decirlo, un águila con cuerpo de caballo, como aparece en el siglo XVI en el poema épico de caballería Orlando furioso de Ludovico Ariosto, fruto del apareamiento de una yegua y un grifo, veloz como el viento y montado por nobles caballeros como el paladín Roger o, si se prefiere, Rugiero, que liberó a la bella Angélica, o como aparece también, en una versión más moderna, en la novela de J. K. Rowling, llevada al cine,  "Harry Potter y el prisionero de Azkaban".



Para muchos Pégaso es un símbolo de la Fama, que, como dijo el poeta Virgilio, vuela: Fama uolat, la Fama, igual que la alada montura, vuela. En palabras de Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos, publicado por la editorial Siruela, Pégaso "simboliza el poder ascensional de las fuerzas naturales, la capacidad innata de espiritualización y la inversión del mal en bien". No podemos dejar de ver en él, además, el símbolo de la domesticación y dominio de las fuerzas naturales. Pégaso era un caballo salvaje que fue domado por Belerofonte y al que se le puso el bocado y las bridas, que fueron un regalo de la sabia Atenea,  para poder controlarlo a la hora de enfrentarse a sus enemigos. Su catasterización final simboliza el poder ascensional, como dice Cirlot, de las fuerzas naturales, unas fuerzas que han sido previamente sometidas y subyugadas por el ingenio humano.    

En italiano la expresión "montar sul cavallo pegaseo" es una expresión literaria que significa componer versos y poesía. En el siguiente soneto del poeta modernista nicaragüense Rubén Darío podemos encontrar este simbolismo del caballo alado (Apolo, el laurel, símbolo de la gloria de Apolo y de la perennidad  del arte, Belerofonte como jinete del alado caballo, cuya huella sigue el poeta,  Pégaso, cuyo nombre propio se cita dos veces, y las expresiones que aluden a él como "caballo rudo y tembloroso" y "corcel de cascos de diamante", presentándose el poeta como su domador que vuela "adelante en el vasto azur, ¡siempre adelante!" como dice en el último alejandrino): 

Cuando iba yo a montar ese caballo rudo
y tembloroso, dije: «La vida es pura y bella.»
Entre sus cejas vivas vi brillar una estrella.
El cielo estaba azul, y yo estaba desnudo.

Sobre mi frente Apolo hizo brillar su escudo
y de Belerofonte logré seguir la huella.
Toda cima es ilustre si Pegaso la sella,
y yo, fuerte, he subido donde Pegaso pudo.

Yo soy el caballero de la humana energía,
yo soy el que presenta su cabeza triunfante 
coronada con el laurel del Rey del día;

domador del corcel de cascos de diamante, 
voy en un gran volar, con la aurora por guía, 
adelante en el vasto azur, ¡siempre adelante!

lunes, 5 de marzo de 2018

Desnudos nacemos y morimos

La primera mención literaria que conozco de este tema, en el que la desnudez no alude tanto al hecho físico en sí, que en el caso del nacimiento es innegable, como a la falta de de protección y carencia de auténticas y verdaderas propiedades y pertenencias, está en el Qohelet o Eclesiastés, libro de la Biblia atribuido comúnmente al sabio rey Salomón, cuya datación se estima que podría ser de los siglos IV o V antes de nuestra era: Como desnudo salió del seno de su madre, desnudo se tornará, yéndose como vino, y nada podrá tomar de sus fatigas para llevárselo consigo. También esto es un triste mal, que como vino, así ha de volverse; y ¿qué le aprovechó haberse afanado para el viento? (Tomado del Eclesiastés, capítulo 5, versículos 14 y 15. Cito la Biblia por la traducción de Nácar-Colunga que conozco, Biblioteca de autores cristianos, trigésima edición, Madrid, 1975). Me llama la atención la expresión final de “afanarse para el viento” que parece una poética metáfora de “afanarse para nada”, pues al viento, como aire fugaz que es, no podemos atraparlo entre nuestras manos, y es algo que tal como viene se va.


 La barca de Dante o Dante y Virgilio en los Infiernos, Eugène Delacroix (1822)

El poeta latino Propercio, ya en el siglo I antes de nuestra era y dentro de la literatura ya latina, nos recuerda en un dístico elegíaco de hexámetro y pentámetro dactílicos que no podemos llevarnos las riquezas de este mundo al otro, porque a la hora de partir estaremos desnudos, es decir, desprovistos de todo lo que hemos acumulado en esta vida. Propercio insulta al lector “stulte”, porque no es consciente de que este viaje no puede haber equipaje ni vestimenta ninguna.

haud ullas portabis opes Acherontis ad undas:
nudus in infera, stulte, uehere rate.
(Propercio, III, 5, vv. 13-14)

No llevarás ninguna riqueza al río Aqueronte:
vas desnudo a subir, necio, en la barca infernal.

Páladas de Alejandría, por su parte, dentro de la literatura griega posclásica del siglo IV de la era cristiana, en un epigrama (Libro X, núm. 58 de la Antología Griega) compuesto por un dístico elegíaco añade que partiremos de este mundo tal como vinimos a él, desnudos, coincidiendo con el texto bíblico, pero difiere en la actitud, ya que lo que en la Biblia era un “triste mal”  no debería de preocuparnos ni provocarnos sufrimiento, sino consolarnos de un modo tal vez epicúreo: nada hemos traído, nada nos llevaremos. 



Vine desnudo al mundo, y me iré desnudo del mundo.
¿Qué sufro yo sin razón viendo desnudo el final?

Así tradujo Samuel Johnson este epigrama en versión rítmica al latín: 

Terram adii nudus, de terra nudus abibo.
Quid labor efficiet? non nisi nudus ero.

Don Antonio Machado, por su parte y dentro ya de nuestra literatura castellana del siglo XX,  en la última estrofa de su Autorretrato (que es la composición que abre su Campos de Castilla, publicado en 1912) nos dejó la preciosa imagen de “la nave que nunca ha de tornar”, que es un eco de la nave de Caronte de la literatura clásica grecorromana en la que se emprende el último viaje, e insiste en la idea de que ese viaje se hace “ligero de equipaje” y “casi desnudo”, añadiendo la comparación “como los hijos de la mar”, con todo el simbolismo que tiene para este poeta la mar, donde no hay caminos, sino sólo las estelas.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

sábado, 3 de marzo de 2018

Ni hidalgos ni hideputas: hijos de Dios.

Don Miguel de Unamuno en el soneto número 90 de su Rosario de sonetos líricos forjó el neologismo “hidetodo”, calcado de los clásicos hideputa e hidalgo, y esbozó otro: hidediós. Hideputa e hidalgo son dos palabras castellanas viejas, como nos recuerdan nuestros clásicos, por ejemplo Sancho en El Quijote: –¡Oh hideputa bellaco, y cómo es católico! Ambas son abreviaciones de hijo: hijo de puta e hijo de algo, respectivamente. Hidalgo tiene un correlato portugués que es fidalgo, que deja entre ver el origen latino de filius alicuius, hijo de algo, es decir, hijo de alguien, nacido de padre legítimo, frente al hijo de puta o nacido de padre desconocido. 


El soneto, que se titula precisamente “Hidetodo”, está dedicado a un mendigo o pordiosero, y en el último terceto dice: “de todo eso de honor dásele un higo / y no ya hi-d' algo es, si se discurre, / hi-de-todo, de Dios, este mendigo”. Al mendigo se le da un higo, es decir, no le importa nada todo eso del honor, por lo que no es un hidalgo, sino un hidetodo, es decir, un hidediós. Estos neologismos hidetodo e hidediós no admiten un plural distinto del singular, habida cuenta de nuestro monoteísmo. Hidedioses, en efecto, nos volvería politeístas. Tengo mis dudas sobre si “hidetodos” sería un plural admisible para “hidetodo” tal como lo usa Unamuno.


Fue don Agustín García Calvo el primero, si no me equivoco, que en “Apuntes para la conferencia Democracia”, publicados en Actualidades (edit. Lucina, Madrid, 1980) arremetía contra la dicotomía hidalgo/hideputa y escribía, haciéndose eco tal vez de la sugerencia del soneto de su admirado Unamuno: “Aquí el pueblo, el pueblo legítimo, no tiene la más pequeña vacilación: “Todos somos hijos de Dios es frase suya, y eso quiere decir: “No hay hijos d' algo e hijos de puta”... : no hay más que hijos de Dios. Todos somos iguales”. Después de recordar a Unamuno, que lo defendía en su ensayo La dignidad humana,  argumentaba García Calvo con irónica finura: ...todos somos iguales; y sólo cuando vemos a uno afirmando lo contrario, sosteniendo esa distinción, por ejemplo, entre hijos d' algo y de puta, se siente uno inclinado a hacer una excepción a la regla en atención a quien tal dice. 
 
Encuentro, por otra parte, en las Coplas de Vita Christi de Fray Íñigo de Mendoza  de finales del siglo XV y en el villancico Dadme Albricias del Cancionero de Upsala del siglo XVI documentada la expresión "hi de Dios",  referida en el villancico a Jesucristo recién nacido ("el nuevo Adán") pero al propio Mingo en la copla de Íñigo de Mendoza, al que se apela como "hijo de Dios", expresión con la que se quiere dar a entender que ni es un hidalgo ni un hideputa tampoco, sino todo lo contrario.




Si como el mendigo de Unamuno todos somos hi-de-todo o hi-de-Dios, eso quiere decir que nos importan un higo la paternidad, el nombre del padre, el patrimonio y el patriarcado. Anulamos así la dicotomía hideputa/hidalgo, contra la que se rebelaban Unamuno y García Calvo, y reconocemos que todos somos hijos de Dios, es decir, hijos de nadie porque no hay Dios que valga, como suele decir el vulgo, o porque, dicho de otro modo, el nombre verdadero del Padre,  Dios, Alá o Yahvé, sea cual sea el pseudónimo que queramos emplear para nombrarlo, es Nadie, o, lo que es lo mismo, Cualquiera. Sigue vigente, por lo tanto, el viejo adagio jurídico latino, pater semper incertus, el padre es siempre desconocido a pesar de todas las pruebas de paternidad y de ADN que quieran hacerse para averiguarlo, mater certissima, la madre sin embargo resulta siempre más que conocida.